Terraplanismo en la era digital: ¿Fenómeno inofensivo o síntoma de una sociedad desinformada?
El terraplanismo, una teoría que parecía relegada a los márgenes de la conspiración, ha resurgido en los últimos años con fuerza inusitada. Lo que comenzó como un movimiento marginal en 2009 ha logrado infiltrarse en el debate público, gracias en parte a plataformas televisivas y redes sociales que amplifican voces discordantes. El caso más reciente en España fue el de David, concursante de *MasterChef*, quien defendió en directo su convicción de que la Tierra es plana, desatando una ola de reacciones entre el público.
Pero más allá del espectáculo, este episodio plantea una pregunta incómoda: ¿por qué, en plena era de la información, persisten creencias que la ciencia ha refutado durante siglos? Desde los experimentos de Eratóstenes en el siglo III a.C. hasta las imágenes satelitales contemporáneas, la evidencia de la forma esférica de nuestro planeta es abrumadora. Sin embargo, el terraplanismo no se trata solo de ignorancia, sino de un fenómeno más complejo: la desconfianza en las instituciones y la sed de identidad en un mundo hiperconectado.
Internet ha democratizado el acceso al conocimiento, pero también ha facilitado la proliferación de teorías conspirativas. Figuras como Bob Knodel, youtuber terraplanista, han encontrado en la red un altavoz para difundir sus ideas, atrayendo a seguidores que se sienten parte de una élite “iluminada”. El problema no es solo la creencia en sí, sino la actitud de rechazo hacia cualquier prueba que la contradiga. Como demostró el documental *Behind the Curve* (2018), incluso cuando los terraplanistas realizan experimentos que refutan sus propias teorías, persisten en su convicción.
Este movimiento no opera en el vacío. Es parte de una ola más amplia de desinformación que incluye desde negacionismos científicos hasta teorías políticas extremas. En España, un 25% de la población llegó a creer que el Sol gira alrededor de la Tierra, según una encuesta reciente. Un dato alarmante en un país con acceso universal a la educación y la tecnología.
El peligro no radica en que unos cuantos defiendan ideas excéntricas, sino en que estas sirvan de puerta de entrada a discursos más peligrosos. La polarización, el rechazo a la evidencia y el culto al ego son ingredientes de un cóctel que ya ha demostrado su potencial destructivo en otros contextos. El caso de *MasterChef* puede parecer anecdótico, pero es un recordatorio de que, en la era digital, la batalla por la verdad es más necesaria que nunca.





