brown fox on snow field
Ciencia

El fascinante experimento soviético que reveló si los zorros pueden ser domesticados

En un mundo donde la línea entre lo salvaje y lo doméstico parece difuminarse cada vez más, surge una pregunta intrigante: ¿pueden los zorros, esos astutos habitantes de bosques y ciudades, ser domesticados como perros y gatos? La respuesta nos llega desde el pasado, específicamente desde la Unión Soviética en 1959, donde un grupo de científicos emprendió un experimento que cambiaría nuestra comprensión sobre la domesticación. Este no es solo un relato sobre ciencia, sino sobre cómo la curiosidad humana puede transformar la naturaleza.

El experimento, liderado por Dmitri Belyaev y Lyudmila Trut, buscaba entender si la selección de los zorros más mansos podía llevar a la aparición de rasgos asociados con la domesticación, como orejas caídas o pelaje moteado. Lo que comenzó como una investigación genética se convirtió en un proyecto de décadas, sobreviviendo incluso a la caída de la URSS. Los resultados fueron asombrosos: en solo 15 generaciones, los científicos lograron criar zorros que no solo toleraban la presencia humana, sino que buscaban su compañía. Estos zorros, conocidos como zorros plateados domesticados, son un testimonio viviente de cómo la selección artificial puede acelerar procesos que, en la naturaleza, tomarían milenios.

Pero la historia no termina ahí. En ciudades alrededor del mundo, desde Glasgow hasta Londres, los zorros urbanos muestran signos de lo que algunos científicos llaman ‘autodomesticación’. Estudios recientes sugieren que estos animales están desarrollando características físicas y comportamentales similares a las de sus contrapartes domesticadas en Siberia. Esto nos lleva a reflexionar sobre el impacto de la urbanización en la vida salvaje y las implicaciones éticas de nuestra creciente interacción con especies no domésticas. ¿Estamos, sin darnos cuenta, moldeando el futuro de estas criaturas?

El experimento de Belyaev y Trut no solo nos enseña sobre la domesticación, sino también sobre la resiliencia y adaptabilidad de la vida. Mientras los zorros siguen su camino, ya sea en laboratorios o en las calles de nuestras ciudades, nos recuerdan que la frontera entre lo salvaje y lo doméstico es más permeable de lo que pensamos. Quizás, en el futuro, veremos a estos animales no como meros visitantes de nuestros patios, sino como compañeros en nuestro viaje evolutivo compartido.