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La estupidez humana: una constante en la era de la inteligencia artificial

En un mundo donde la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados, resulta paradójico que la estupidez humana siga siendo una constante inamovible. Carlo M. Cipolla, un historiador económico italiano, nos dejó una teoría fascinante sobre este fenómeno en su obra ‘Las leyes fundamentales de la estupidez humana’. Según sus investigaciones, la proporción de personas estúpidas en cualquier sociedad permanece invariable, sin importar la época, la cultura o el nivel educativo. Esto nos lleva a reflexionar sobre cómo convivimos con esta realidad en plena revolución tecnológica.

Cipolla definió al estúpido como aquel que causa daño a otros sin obtener beneficio alguno, incluso perjudicándose a sí mismo. No se trata de ignorancia o falta de información, sino de un patrón de comportamiento medible que deteriora el bienestar colectivo. Lo más inquietante es que este fenómeno no es accidental, sino una constante antropológica inscrita en nuestra naturaleza. El historiador creó un diagrama con cuatro cuadrantes que sintetizan la conducta humana: los inteligentes, los oportunistas, los ingenuos y los estúpidos. Este último grupo es el más peligroso porque actúa sin lógica alguna, siendo imprevisible e inmune al cálculo racional.

En la era digital, la estupidez se ha multiplicado exponencialmente. Lo que antes era un rumor en una taberna hoy se convierte en un video viral en TikTok con millones de visualizaciones en minutos. Yuval Noah Harari ha señalado acertadamente que el mayor peligro no es que las máquinas superen nuestra inteligencia, sino que amplifiquen nuestra estupidez. Los algoritmos premian la emoción por encima de los datos y la indignación por encima de la evidencia, creando un caldo de cultivo perfecto para la irracionalidad.

La verdadera pregunta no es si la estupidez existe, sino si seremos capaces de convivir con ella sin permitir que se convierta en el motor de la historia. Como sociedad, debemos diseñar instituciones que limiten sus efectos, fomentar la crítica que la desenmascare y establecer mecanismos que la expongan públicamente. La racionalidad humana es frágil, pero no por ello debemos rendirnos. Al reconocer esta realidad, podemos trabajar para contener sus consecuencias y construir un futuro donde la inteligencia, tanto humana como artificial, prevalezca sobre la irracionalidad.