El envenenamiento por plomo ha sido parte de nuestra evolución desde hace millones de años
Cuando pensamos en la contaminación por plomo, normalmente imaginamos problemas modernos: tuberías antiguas, pinturas tóxicas o la industrialización. Pero resulta que este peligro para la salud es mucho más antiguo de lo que creíamos, tanto que nuestros ancestros homínidos ya enfrentaban este riesgo hace casi dos millones de años. Un estudio reciente ha revelado evidencias sorprendentes sobre cómo el plomo ha sido un compañero no deseado en nuestro viaje evolutivo, mucho antes de que los humanos modernos apareciéramos en escena.
El paleoantropólogo Renaud Joannes-Boyau de la Universidad Southern Cross de Australia y su equipo analizaron muestras microscópicas de esmalte y dentina de 51 fósiles dentales. Lo que descubrieron fue fascinante: en el 71% de los dientes de homínidos estudiados encontraron bandas oscuras que indicaban exposición episódica al plomo durante los primeros años de vida. Estos dientes pertenecían a diversos miembros de nuestro árbol genealógico evolutivo, desde neandertales de 250,000 años encontrados en Francia hasta miembros tempranos de nuestro género Homo que vivieron entre 1 y 2 millones de años atrás en Sudáfrica, incluyendo también a nuestros parientes Australopithecus africanus y Paranthropus robustus.
El esmalte dental se forma en capas delgadas durante los primeros seis años de vida, similar a los anillos de los árboles, creando un registro químico de nuestra infancia. Cuando aparece una banda con altos niveles de plomo, indica que durante ese período específico de formación del esmalte, el individuo tenía cantidades significativas de este metal pesado en su torrente sanguíneo. Lo más controvertido de este hallazgo es la sugerencia de los investigadores de que la presencia generalizada del plomo pudo haber influido en nuestra historia evolutiva, posiblemente afectando el desarrollo cerebral y la supervivencia de diferentes especies de homínidos.
Esta investigación nos obliga a repensar completamente nuestra relación con las toxinas ambientales. El plomo no es solo un problema de la era industrial o de la antigua Roma, sino que ha estado presente en nuestro entorno desde tiempos inmemoriales. Quizás la capacidad de nuestro cuerpo para lidiar con estas exposiciones tóxicas, aunque imperfecta, fue moldeada por millones de años de coexistencia forzada con este elemento. Hoy, mientras enfrentamos nuevos desafíos de contaminación, esta perspectiva evolutiva nos recuerda que la adaptación a las toxinas ambientales es una batalla que llevamos librando desde el principio de nuestra existencia como especie.





