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Hace 35 años los hermanos Coen estrenaron su primera obra maestra

En el mundo del cine, pocos directores han logrado generar tanta fascinación y frustración simultánea como David Lynch, cuyas películas crípticas desafiaban las convenciones cinematográficas hasta el punto de resultar incomprensibles para muchos. Lynch se negaba rotundamente a dar explicaciones, prefiriendo preservar la experiencia del espectador y permitiendo que cada quien interpretara las imágenes a su manera. Esta filosofía de ‘la película es la conversación’ en lugar de tener la conversación después de la película, aunque pueda sonar como una justificación fácil, nace de una necesidad profunda de que el arte tenga un significado real y tangible. En el cine estadounidense, quienes verdaderamente han heredado este enfoque son los hermanos Coen, quienes, aunque tienen películas más accesibles y cercanas al entretenimiento convencional, en sus mejores trabajos emplean la imagen con una ambición abstracta que invita a la interpretación.

‘Muerte entre las flores’, estrenada hace 35 años, fue la primera obra maestra de los Coen y posee esta cualidad a pesar de que en apariencia es mucho más lógica y terrenal. Como un homenaje al cine de gánsters a través de la adaptación de Dashiell Hammett, maestro de la novela negra, la película presenta una serie de intrigas y tejemanejes donde los personajes intentan mantener el poder y la vida en el peligroso mundo criminal. Sin embargo, por encima de todo esto emerge un símbolo que muchos todavía intentan descifrar: el sombrero. La omnipresencia de imágenes de sombreros, a veces rodando por el suelo, y la constante búsqueda de ellos por parte de los personajes, adquiere casi tintes metafísicos. Tom Reagan, interpretado por Gabriel Byrne, es el lugarteniente irlandés que trabaja para el mayor gángster de la ciudad y que frecuentemente se despierta buscando su sombrero, persiguiéndolo como parte de la intriga principal.

Los directores, al estilo de Lynch, niegan que la imagen del sombrero represente algo específico. Joel Coen afirmó en una entrevista que ‘es una imagen que nos vino, que nos gustó y que se implantó sola’, una declaración que podría ser creíble si no fuera porque los sombreros tienen esa forma ovalada tan característica del cine de los Coen. Su filmografía está llena de círculos y figuras redondas, desde monedas hasta bolas de bolos, que suelen representar deseos no confesos de sus personajes o amenazas demoníacas como el capitalismo. En ‘Muerte entre las flores’, el sombrero era un accesorio imprescindible en la época; no tenerlo implicaba disidencia o incluso estar desnudo. Cada vez que Reagan está en especial vulnerabilidad frente al peligro, le falta su sombrero, y cuando un personaje muere, ha perdido el suyo hace tiempo. Esta fijación muestra la necesidad de seguridad del personaje ante la empresa compleja que quiere acometer, una manera de aferrarse a la masculinidad convencional y no exponerse en un juego donde los pasos en falso significan la muerte.

Sea esta la explicación definitiva o no, lo cierto es que los Coen van dejando elementos que revelan una concepción mayor y madura del género mafioso, lo que impulsa a ‘Muerte entre las flores’ como una obra maestra esencial. Esta capacidad para integrar símbolos y significados abstractos sin proporcionar respuestas fáciles es parte de lo que los convierte en cineastas fundamentales, herederos legítimos de la tradición Lynchiana pero con su propia voz única y distintiva.