Todos sabemos que hacer ejercicio es clave para una buena salud. Las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomiendan entre 2.5 y 5 horas de actividad física moderada a la semana para mantener nuestro cuerpo en forma. Pero, ¿qué pasa si el aire que respiramos mientras nos ejercitamos no es tan puro? Una reciente investigación global nos alerta sobre cómo la contaminación atmosférica, específicamente las partículas finas (PM2.5), podría estar robándole el punch a nuestros esfuerzos por vivir más y mejor. Es una noticia que nos invita a reflexionar y, de paso, a ponerle más atención a nuestro entorno.
El estudio, que incluyó a más de 1.5 millones de adultos de varios países como Reino Unido, Taiwán, China, Estados Unidos y Dinamarca, entre otros, durante más de una década, reveló algo crucial: el grado en que el ejercicio reduce el riesgo de mortalidad disminuye drásticamente si el ambiente está contaminado. Imagínate, aunque el ejercicio siempre será beneficioso, ese escudo protector se debilita mucho cuando las concentraciones de PM2.5 superan ciertos niveles. Goo Bo-wen, catedrático de la Universidad Nacional Chung Hsing de Taiwán y líder del estudio, lo dejó claro: “el ejercicio es beneficioso incluso en entornos contaminados”, pero la mejora en la calidad del aire “potenciaría enormemente” esos beneficios. En resumen, no es que el ejercicio deje de funcionar, sino que su máxima expresión se ve comprometida por un factor externo que, a menudo, no consideramos.
Pero, ¿qué son estas PM2.5 y por qué son tan problemáticas? Son partículas diminutas, con menos de 2.5 micrómetros de diámetro, tan pequeñas que pueden colarse hasta lo más profundo de nuestros pulmones e incluso llegar a nuestro torrente sanguíneo, causando estragos. La investigación encontró que el efecto protector del ejercicio para reducir el riesgo de muerte bajaba del 30% a un modesto 12-15% en zonas donde la concentración anual de PM2.5 superaba los 25 microgramos por metro cúbico (µg/m³). ¡Y ojo! casi la mitad de la población mundial vive en estas condiciones. La situación se vuelve aún más crítica si los niveles superan los 35 µg/m³, afectando incluso la prevención de muertes relacionadas con el cáncer. En un lugar como la Ciudad de México, donde los niveles de PM2.5 suelen rondar los 20 µg/m³, estamos en un punto intermedio, pero cerca del umbral donde los beneficios comienzan a decrecer. Esto nos obliga a ser más conscientes de cuándo y dónde nos activamos físicamente.
Entonces, ¿qué hacemos? La idea no es dejar de movernos, sino hacerlo de manera más inteligente. Profesores como Andrew Steptoe y Paola Zaninotto de la UCL, sugieren que, aunque los beneficios del ejercicio se ven afectados por el aire tóxico, no desaparecen por completo. La clave está en checar la calidad del aire antes de salir, elegir rutas o parques con el aire más limpio posible y, si la contaminación es alta, quizá reducir la intensidad del entrenamiento o buscar alternativas en interiores. Es una interacción compleja entre ejercicio y aire, y comprenderla nos da el poder de tomar mejores decisiones. Mientras tanto, es fundamental que, como sociedad, sigamos impulsando esfuerzos internacionales para controlar la contaminación. Un enfoque dual, que valore nuestros hábitos de ejercicio diario y al mismo tiempo nos asegure un aire limpio, es el camino para maximizar nuestra salud futura. ¡A respirar profundo y a moverse con conciencia!





